La Santa Misa

Instrucciones sobre La Santa Misa

I. – Preliminares

1.º – En el Templo:
Podemos ver representado el monte Calvario y en el Altar la Cruz en la cual el Hijo de Dios obró nuestra Redención.

2.º – El Sacerdote:
Arrodillado ante el Sagrario, recuerda a Jesús orando en el Huerto. El Sacerdote, después de orar, se reviste de ornamentos sagrados, para mejor asemejarse al Sumo Sacerdote y Jesucristo.

3.º – Los Ornamentos Sagrado son : El amito, el alba, el cíngulo, el manípulo, la estola y la casulla.
El significado espiritual es como sigue:

El Amito significa el yelmo de la salud contra las sugestiones del enemigo y el trapo sucio con que cubrieron el rostro del Salvador en la casa de Caifás.

El Alba , por su misma blancura, simboliza la pureza de conciencia con que el Sacerdote debe subir al Altar y la vestidura blanca que Herodes mandó poner a Jesús por burla.

El Cíngulo , es la figura de la represión de la concupiscencia y los cordeles con que los judíos ataron al Señor en el Huerto.

El Manípulo espiritualmente es el manojito de mirra de los trabajos de la vida y las cuerdas con que ataron a la Columna las manos del Nazareno.

La Estola es el símbolo de la inocencia restituida, y de la tosca y áspera soga que echaron al cuello del mansísimo Cordero cuando iba camino del Calvario.

La Casulla es la imagen del yugo del Señor, de la caridad y del manto de grana que los soldados pretorianos pusieron sobre las espaldas del Salvador, para la ceremonia de la coronación de espinas.

4.º – Los Vasos Sagrados son: El Cáliz, la Patena y el Copón. Místicamente significan:

El Cáliz , el sepulcro donde estuvo enterrado el Cuerpo de nuestro Señor.

La Patena representa la losa que sobre el sepulcro puso José de Arimatea.

El Copón con su copa dorada (al menos) por dentro, debe ser el modelo de nuestro pecho, adornado por el oro de la caridad.

5.º – Los Lienzos Sagrado son: Los Corporales y la Palia.

Los Corporales significan la Sagrada Sábana en que fue envuelto el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo.

La Palia nos trae a la memoria el Sudario que envolvió la cabeza de Jesús en el sepulcro.

6.º – Los colores litúrgicos son: El blanco, el rojo, el verde, el morado y el negro.

El Blanco es el símbolo de la luz, de la pureza, de la alegría, de la gracia y de la gloria.

El Rojo es la imagen del fuego, de la sangre, del amor y del sacrificio.

El Verde en todas partes y tiempos se ha considerado como figura de la Esperanza.

El Morado es el símbolo de la penitencia, de la humildad, del retiro y del deseo y nostalgia del Cielo.

El Negro es la ausencia de la luz y de la vida, símbolo de la muerte y del dolor causado por la muerte.


II. – LA SANTA MISA

1.º – Su institución:

San Pablo refiere la institución del Sacrificio de la Santa Misa por estas palabras: «Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que fue entregado, tomó el pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: "Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío."
Asimismo también el cáliz después de cenar diciendo: "Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces lo bebiereis, hacedlo en recuerdo mío." Pues cada vez que coméis este pan y bebéis esta copa, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga.»(I Corintios 11, 23–26).

2.º – Su fin:

Nuestro Señor Jesucristo instituyó la Santa Misa para estos cuatro fines: latréutico o de adoración; eucarístico o de acción de gracias; propiciatorio o para pedir perdón por nuestros pecados e impetratorio o para demandarle los auxilios necesarios.

3.º – Su valor:

En cuanto proviene de la Iglesia a los sacerdotes y asistentes, el valor de la Santa Misa es limitado, pues depende de sus disposiciones. En cuanto proviene de Cristo: en sí mismo considerado, es infinito, mas en cuanto se aplica a las almas es también limitado, porque depende de la dignidad del sujeto que lo recibe.

4.º – Sus frutos:

Son cuatro: el Universal, del que participa toda la Iglesia; el General, del que sólo participan los asistentes a la Misa; el Especial, que se aplica exclusivamente a la persona por la que se encarga la Misa, y el Especialísimo, que sólo puede ser para el sacerdote.

5.º – Su relación con el Sacrificio de la Cruz:

He aquí cómo se expresa el Concilio de Trento: «En el divino Sacrificio que se consuma en la Misa, se contiene y sacrifica incruentamente (o sin derramamiento de sangre), aquel Sacrificio o aquel mismo Jesucristo que en el mismo Ara de la Cruz se ofreció a Sí mismo por modo cruento (o con derramamiento de sangre), una sola vez... Una sola y una misma Víctima y uno mismo es el que por medio de los sacerdotes la ofrece ahora; el mismo que se ofreció entonces a Sí mismo en la Cruz, siendo solamente diverso el modo de ofrecerla» (Sesión XXIII, cap. 2).

6.º – Sus excelencias:

Dice San Buenaventura: «Hay en la Misa tantos misterios como gotas de agua en el mar, como átomos de polvo en el aire, y como Ángeles en el cielo; no sé si jamás ha salido de la mano del Altísimo misterio más profundo» (Salm. 45, 9). San Francisco de Sales escribe: «Entre las prácticas de religión, el Santísimo Sacrificio es lo que el sol entre los astros, es verdaderamente el alma de la religión cristiana» (Intr. A la V. Dev. Par. II cap. 14). Afirma San Agustín: «El que oye Misa devotamente tiene poderosos motivos para esperar que aquel día le librará el Señor de muchos peligros y de la muerte repentina».

7.º – Diversos modos de oír la Misa con gran provecho:

Por su naturaleza de acto comunitario del pueblo fiel, la Misa exige la participación de todos los asistentes. Esta participación puede ser:
a) Interna, uniéndose con atención y afecto al Sacrificio de Cristo y ofreciéndose con Él;
b) Externa, acomodando los gestos rituales y posturas del cuerpo (de rodillas, de pie, sentado) y, sobre todo, las respuestas, oraciones y cantos al desarrollo del Sacrificio;
c) Sacramental, que es la más perfecta, recibiendo la comunión.
d) Uniendonod a las intenciones de la Iglesia.
e) Con modestia exterior, que ha de consistir principalmente en vestir honestamente, guardar silencio y recogimiento.
f) Con devoción del corazón, que puede practicarse oyendo la Santa Misa, conforme a los modos referidos.

8.º – División de la Santa Misa:

Para mayor comodidad de los fieles dividimos la Santa Misa en cinco partes, que llamamos: Preparación, Ofrecimiento, Consagración, Comunión y Acción de gracias.


III. – CEREMONIAS DE LA SANTA MISA

Primera parte: PREPARACIÓN

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Comienza el Sacerdote la Santa Misa santiguándose †, porque la Cruz es la señal del cristiano, el arma invencible contra todos los enemigos y porque en el nombre de la Santísima Trinidad, cuyas Personas en ella invoca, debemos empezar todas nuestras buenas obras. Haz también tú la señal de la Cruz †
y di: ¡Oh Jesús mío Crucificado, por la señal de la Santa Cruz líbranos de las asechanzas de nuestros enemigos!

Confiteor Deo – Yo pecador me confieso a Dios. – El celebrante profundamente inclinado reza el Confiteor, primero, porque es pecador, y segundo, porque hace las veces de Cristo:
«que llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (I Pedro 2, 24).
Reza con verdadero arrepentimiento de tus culpas el Yo pecador. Amorosísimo Cordero de Dios, verdadero Varón de dolores, préstame aquellos sentimientos de contrición que tuviste. Tú, cuando subiste cargado con el madero de la Cruz hasta el Calvario.

Aufer a nobis – Borra de nosotros. – Al subir al Altar el Sacerdote pide al Señor que borre sus iniquidades. Lo mismo has de hacer tú, porque el lugar del Sacrificio es Santo. Di al Señor con David. «¡Oh Dios mío! ¿Quién es el que podrá habitar en tu tabernáculo, residir en tu monte santo? – El que anda en integridad y obra la justicia, el que en su corazón habla la verdad. – El que con su lengua no detrae, el que no hace mal a su prójimo, ni a su cercano infiere injuria. – El que a sus ojos se menosprecia y humilla y honra a los temerosos de Dios; el que aún jurando en daño suyo, no se muda. –El que no da a usura sus dineros y no admite cohecho para condenar al inocente. Al que tal hace, nadie jamás le hará vacilar» (Salm 15).

Oramus Te, Domine – Te rogamos, Señor. – Ya encima de la tarima besa el Ministro de Dios el Altar. Advierte sobre esta ceremonia. En medio del Altar hay una piedra, llamada Ara, en la cual hay depositadas reliquias de Santos. El Ara figura a Cristo, Piedra Angular de la Casa de Dios. Al besar, pues, el Sacerdote el Altar o Ara, es como si besara a Cristo. ¡Oh Jesús mío, que, conociendo nuestra miseria, nos habéis dado a los Santos por nuestros abogados, ante Vos. Os rogamos que por la intercesión de los Santos, cuyas reliquias están en este Altar, nos perdonéis todos nuestros pecados!

El Introito. – Significa los deseos de los Patriarcas, Profetas y Justos del Antigua Testamento por la pronta venida del Redentor. Decían ellos:
«Destilad, cielos, de arriba el rocío; lloved, nubes, la justicia; ábrase la tierra y produzca el fruto de la salvación y germine la justicia» (Is. 45, 8). Tú di: ¡Gracias os doy, oh Eterno Padre, porque me habéis hecho nacer después del nacimiento de vuestro Hijo Jesús y en el seno de la Iglesia Católica donde participo de todos los bienes mesiánicos, asistiendo a la Santa Misa!

Kyrie eleison – Señor, tened misericordia de nosotros. – Nueve veces, tres a cada Persona de la Beatísima Trinidad, repite el Sacerdote este clamor del género humano pecador demandando perdón al Dios tres veces Santo. En unión del Ministro del Altar y en nombre de la humanidad, ruega con los sacerdotes de Israel, diciendo: ¡Ten piedad de tu pueblo, oh Señor, y no des al oprobio a tu heredad, para que se enseñoreen de ella las gentes! ¿Por qué han de poder decir las gentes: Dónde está su Dios? (Joel 2,17).

Gloria in excelsis Deo – ¡Gloria a Dios en las alturas! – Es el himno de los Ángeles sobre la cuna del Niño de Belén. Considera el gozo con que los Ángeles y Pastores alabaron al Altísimo por el nacimiento del Reparador de la honra de Dios y el Portador de la paz a los hombres. ¡Oh Rey pacífico! Me alegro de vuestra venida a este mundo y me uno a las alabanzas angélicas anunciadoras de todo bien. Resuenen siempre en mis oídos estas dos expresiones: «¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad!»

Dominus vobiscum – El Señor sea con vosotros. – Este saludo del celebrante al pueblo fiel, recuerda de los diversos saludos de Jesús a los Apóstoles diciéndoles: «La paz sea con vosotros». Ningún bien mejor puedes desear a tus prójimos de la permanencia del Señor en sus almas. Esta es una hermosa oración para ese fin: «¡Quédate con nosotros, Señor, pues el día ya declina!» (Luc. 24, 29).

Oremos, dice el Sacerdote vuelto al misal, exhortándonos a orar con él. Las varias oraciones que recita nos traen a la memoria las muchas que hizo el Salvador durante su vida mortal y la necesidad que nosotros tenemos de la oración. Dice el Maestro de ella:
«Es necesario orar en todo tiempo y no desfallecer» (Luc. 18, 1). Esta es la sentencia de los Santos:
«El que ora se salva; el que no se condena».
Ora, pues, mucho y di al Maestro: «Señor, enséñanos a orar, como también Juan Bautista enseñaba a sus discípulos» (Luc. 11, 1).

Epístola . – Es una instrucción tomada de la Sagrada Escritura. Es una preparación para escuchar con fruto el Evangelio; por eso, representa la predicación de los Profetas, particularmente del mayor de todos ellos, Juan Bautista. Cristiano, instrúyete en las verdades de la fe con la lectura de los libros Santos, a fin de que no merezcas esta sentencia del Señor:
«Si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en la hoya» (S. Mt. 15, 14). Di con David: «Instrúyeme ¡oh Señor!, en el camino de tus Mandamientos, para que del todo los cumpla» (Salm 119, 33).

Gradual Aleluya y Tracto . – Actualmente son unos versos sueltos de la Sagrada Escritura. En las Misas solemnes se cantan entre la Epístola y el Evangelio, para quitar la monotonía y evitar el cansancio del pueblo. Algunos autores quieren que representen la penitencia que hicieron los judíos por la predicación del Precursor.

Munda cor meum – Purificad mi corazón . – Así ruega el Celebrante profundamente inclinado ante el Altar para hacerse menos indigno de anunciar el Evangelio. También para oír con fruto el Evangelio se necesita pureza de corazón, según aquella sentencia de Jesús:
«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt. 5, 8). Pídela a Jesús, diciéndole: ¡Oh Maestro bueno, que dijiste a tus discípulos: «Vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado» (Juan 15, 3), purificad mi corazón para que saque mucho fruto de la lectura y explicación del Santo Evangelio!

Evangelio . – Es compendio de la vida, doctrina, milagros, pasión, muerte y vida gloriosa de Jesucristo en la tierra. En todas las Misas se lee un punto de Él. Nos ponemos en pie para manifestar que estamos dispuestos a seguir el Evangelio de la paz.

Nos signamos en la frente † para indicar que creemos las verdades que contiene; en la boca † para afirmar que confesamos esas verdades públicamente y en el pecho † para demostrar que las ponemos en práctica .
El Evangelio es la misma predicación de Cristo. ¡Oh Cristo Jesús, evangelizador de los pobres, iluminad mi entendimiento para que conociéndoos os ame y os de a conocer a los demás! «Acendrada del todo es tu palabra y tu siervo la ama» (Salm. 119, 140).

Credo . – Es un compendio de las principales verdades de nuestra religión. Si el Sacerdote lo reza, rézalo tu también como una protestación de tu fe. Al Incarnatus est nos arrodillamos para adorar al Verbo de Dios Encarnado. ¿Con qué acciones de gracias corresponderé ¡oh, Jesús mío! al don inapreciable de la fe que en el bautismo me comunicaste? «Tomaré el Cáliz de la salud, esto es, trabajaré por la dilatación de la fe entre los fieles e invocaré el nombre del Señor» (Salm. 116, 12–13). Segunda parte:


Segunda parte: OFRECIMIENTO

Ofertorio . – Hoy en día es una simple antífona. Antiguamente era una oración colectiva en forma de letanía. En este momento presentaban los fieles sus ofrendas de las cuales se separaba una parte para el Sacrificio. Hoy se ofrece la caridad en algunas partes. El Celebrante ofrece por separado el pan y el vino por sus pecados, por todos los que le rodean y por todos los cristianos vivos y difuntos. Haz tu ofrecimiento diciendo: Recibid ¡oh Padre misericordioso! el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de vuestro Hijo en reconocimiento de vuestro dominio sobre todas las criaturas: en acción de gracias por los beneficios que nos habéis dispensado: en satisfacción de nuestros pecados y por el descanso eterno de las benditas almas del Purgatorio. Amén.

Lavabo . – El Celebrante se lava las extremidades de los dedos para indicarnos la gran limpieza de alma y cuerpo con que hemos de asistir a estos misterios. Lleno de los sentimientos de dolor del Real Profeta di con él: «Lávame de mi iniquidad y límpiame de mi pecado. Rocíame con hisopo y seré lavado y emblanqueceré más que la nieve» (Salm. 51, 4; 9).

Orate, frates – Orad, hermanos . – Este aviso del Ministro del Altar a los fieles nos trae a la memoria el de Cristo a los Apóstoles en el Huerto. Quiere decirte que estés atento a todo lo que se hace en el Altar. Que no estés en el templo, sólo con el cuerpo ni charlando o dormitando. Que no te arrebate el diablo todo o gran parte del fruto del Sacrificio. Responde a ese paternal aviso con el acólito.
Reciba el Señor el Sacrificio de tus manos, a honra y gloria de su divino Rey en memoria de la oración que le tributó Jerusalén el día de Ramos. Hela aquí: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega de nuestro Padre David! ¡Paz en los cielos, hosanna y gloria en las alturas! ¡Hosanna! ¡Bendito sea el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!» (Narración de los cuatro Evangelios).

Sanctus . – Es el Trisagio que los Serafines dirigen incesantemente a la soberana majestad de Dios Trino y Uno. ¡Oh Dios, tres veces Santo! Yo me uno a las alabanzas que eternamente os cantan en el cielo los Ángeles y Arcángeles, Tronos y Dominaciones, con toda la corte celestial, diciendo:
Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos; llenos están los cielos y la tierra de la grandeza de vuestra gloria. Gloria al Padre, gloria al Hijo, gloria al Espíritu Santo.


Tercera parte: CONSAGRACIÓN

Esta es la parte principal de la Santa Misa. Si puedes hinca las dos rodillas y persevera en esta postura reverente hasta la Comunión del Celebrante.

Te igitur clementissime Pater – ¡Oh Padre clementísimo! . – Durante el Canon el Sacerdote multiplica las bendiciones con la señal de la Santa Cruz sobre la Oblata † , dándonos a entender que la Misa es el mismo Sacrificio de la Cruz y que por la Cruz se nos confieren todos los bienes. No todas estas cruces tienen el mismo significado. Las que preceden a la Consagración son impetratorias, esto es, que tienden a obtener de Dios la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el Cuerpo de Cristo y toda la sustancia del vino en la Sangre de Cristo. Las que siguen a la Consagración son laudatorias o que tienden a celebrar el amor del Señor en este misterio.
¡Dios te salve, oh Cruz preciosa! ¡Única esperanza nuestra!

Mementos de vivos . – El Celebrante, después de rogar por la Iglesia en general, por el Papa reinante, por el Prelado de la diócesis y por todos los demás que profesan la Fe Católica y Apostólica, pide en el Memento de vivos por los que quiere hacer mención especial y por los presentes al Sacrificio. También tú has de hacer tu Memento encomendando a Dios tus obligaciones particulares. Di, pues:

¡Oh Padre Eterno! En unión del Corazón de Jesús y por los méritos de este santo Sacrificio; por la intercesión de la siempre Virgen María, Madre de Dios, de todos los Santos y Santas del cielo, hago oración a Vos, por el Padre Santo, el Papa (nombre), por nuestro Obispo (Nombre), y por los que nos gobiernan. Concededles, Señor, vuestra gracia, y que cada cual cumpla, como Vos mandáis, con sus deberes. Os ruego por mis superiores espirituales y temporales; por mis parientes y bienhechores; por la conversión de los pecadores; por los moribundos; por cuantos tengo obligación de rogar, y en fin, por todos los hombres».
Determínese la gracia que se desea conseguir, o para sí, o para otra persona. Comunicantes – Participando . – Después de conmemorar el Celebrante a los de la tierra, se une a los moradores del cielo, particularmente a la Madre de Dios, a los Apóstoles, a los cinco primeros sucesores de San Pedro, a algunos mártires determinados, y en general a todos los Santos, a fin de que Dios nos conceda su protección y auxilio en todas nuestras necesidades. Únete tú también a todos los bienaventurados, pensando, como dice San Crisóstomo, que al momento de la Consagración asisten reverentes alrededor del Altar.

Elevación . – A la elevación de la Hostia contempla a Cristo levantado en la Cruz, y di con fe viva y doliéndose de tus pecados: ¡Señor mío y Dios mío! Te adoro, Hostia sacratísima, Cuerpo preciosísimo de mi Señor Jesucristo, que en el Ara de la Cruz fuiste digno sacrificio para la redención del mundo. Cuerpo de Cristo, sálvame.

A la elevación del Cáliz di también . – ¡Señor mío y Dios mío! Te adoro, Sangre preciosísima de mi Señor Jesucristo, que derramada en el madero de la Cruz lavaste mis pecados y los de todo el mundo. Sangre de Cristo, embriágame.

Unde et memores – Por tanto, recordándonos . – Nuestro Señor Jesucristo, después de consagrar el pan y el vino, dijo a los Apóstoles: «Haced esto en memoria mía». En virtud de este mandato el Sacerdote hace memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión del Señor. Acto seguido suplica al Eterno Padre que mire benigno al Santo Sacrificio, la Hostia Inmaculada, como miró los dones de Abel, el Sacrificio de Abraham y del sumo sacerdote Melquisedech. También le ruega que por las manos de su santo Ángel lo lleve al Altar del cielo. Lleno de los sentimientos de estos Tres Patriarcas, di a Jesús: ¡Dulcísimo Jesús mío, yo me uno a tu Ministro en la recordación de estos tres misterios, por los cuales nos borraste los pecados, otorgaste la justificación y nos abriste las puertas del cielo. Por estos tres misterios te suplico que, purificada ahora mi alma de sus culpas, resucite glorioso mi cuerpo el día de la resurrección universal; y cuerpo y alma entren a gozar contigo en la casa de tu Padre por toda la eternidad. Amén.

Memento de los difuntos . – Por tradición apostólica, como dice San Crisóstomo, recibió la Iglesia la costumbre de rogar por los difuntos en la Santa Misa. Y eso es lo que hace el Celebrante en el segundo Memento. Haz tu también tu Memento por los seres queridos y di: ¡Oh Eterno Padre! Yo os ofrezco en sufragio de las Benditas Almas del Purgatorio el Cuerpo y Sangre de vuestro Hijo, que están presentes en el Altar. En especial os lo ofrezco por las almas de mis parientes, amigos y bienhechores, de las de mi obligación, de las más necesitadas y de aquellas que Vos, oh Dios mío, queréis que yo os encomiende. Libradlas, Señor, cuanto antes de tan terribles penas y concededlas el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz.

Nobis quoque peccatoribus – Y también a nosotros pecadores . – El Sacerdote, después de pedir por las almas del Purgatorio, demanda asimismo para nosotros, aunque pecadores, una partecita de la bienaventuranza en compañía de algunos santos que nombra y de todos los bienaventurados. Y esta petición la hace levantando la voz y golpeándose el pecho. Nobis quoque peccatoribus. Esto equivale a una confesión general de los pecados. Tú puedes hacer lo mismo en voz baja.
Aquí viene la súplica del Buen Ladrón y la respuesta del Señor: «Jesús, – dijo al Señor Crucificado el Buen Ladrón– acuérdate de mi cuando entres en tu reino» (Luc. 23, 42). Le respondió Jesús: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso» (Luc 23, 43).

PATER NOSTER
(Transición)
El Pater Noster . – Es la mejor Oración y la más apropiada para comulgar. Rézalo con fervor, pensando en que sus siete peticiones recuerdan las siete palabras que habló el Hijo de Dios en la Cruz. La Iglesia desenvuelve la última petición en esta magnífica oración: Os suplicamos, Señor, que tengáis a bien librarnos de todos los males pasados, presentes y futuros, y por la intercesión de la bienaventurada siempre Virgen María, Madre de Dios, de vuestros bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y Andrés, y de todos vuestros Santos, concedednos propicio la paz en nuestros días, a fin de que, asistidos de la ayuda de vuestra misericordia, nos conservemos siempre exentos de todo pecado y libres de toda turbación.


Cuarta parte: COMUNIÓN

Al partir la Hostia . – Considera cómo el alma de Cristo se separó de su cuerpo y bajó al seno de Abraham a libertar las almas de los Santos Padres y llevarlas al cielo, y cómo los discípulos de Emaús reconocieron al Maestro en el partir del pan. ¡Oh buen Jesús! Que consolasteis con vuestra presencia a las almas de los Santos Padres del Antiguo Testamento e iluminasteis los entendimientos de los discípulos con vuestras enseñanzas; consolad e iluminad también mi pobrecita alma con la presencia de vuestra gracia. Con los discípulos os digo: «Permaneced conmigo, Señor, porque sino vendrá sobre mi la noche de la ignorancia y del pecado y me perderé».

Pax Domini – La Paz del Señor . – Con un pedacito de Hostia entre los dedos hace el Sacerdote tres cruces sobre el Cáliz † y saluda al pueblo en alta voz, diciendo: «La paz del Señor sea con vosotros». Estas tres cruces significan que la paz de Dios nos ha sido dada por la Cruz y la Sangre que Jesús derramó en ella. Este saludo del Celebrante es un recuerdo de los que el Señor resucitado dirigía a los Apóstoles en sus apariciones. ¡Oh Jesús mío!, haced que yo viva en paz y unión con Vos, cumpliendo vuestra Ley; con mis prójimos sufriendo sus defectos, y conmigo, venciendo mis pasiones.

Agnus Dei – Cordero de Dios . – Próxima ya a desaparecer la Divina Víctima del Altar por la Comunión del Sacerdote, di con éste: Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo: dadnos la paz. Sí, Jesús mío, dadnos la paz; pero la paz vuestra que es la verdadera, la paz que consuela el alma; no la paz del mundo que es falsa y se abraza con los errores y vicios.

Comunión . – Si comulgas sacramentalmente, la paz será tu mejor disposición, pues la Eucaristía es Sacramento de paz; si no comulgas sacramentalmente, hazlo, al menos, espiritualmente o de deseo. Y tanto para la una como para la otra, dirás tres veces con el Celebrante: Señor mío Jesucristo; yo no soy digno de que vuestra Divina Majestad entre en mi pobre morada; mas decid una sola palabra, y mi alma quedará santa y salva.
Para la comunión espiritual puedes valerte de esta fórmula: Os creo y adoro, ¡oh Jesús mío!, presente en el Santísimo Sacramento, y deseo recibiros; venid a mí espiritualmente y haced que jamás me separe de Vos.


Quinta parte: ACCIÓN DE GRACIAS

Acción de gracias . – Aunque sólo hayas comulgado espiritualmente, procura dar gracias a Dios por tan excelso beneficio. Si un rey de la tierra viniera a visitarte a tu casa, ¿cómo le obsequiarías? ¿Qué gracias le darías? Pues siempre que te acercas a la Sagrada Comunión, recibes en la casa de tu alma al Rey de los cielos y tierra; dale, pues, infinitas gracias.

Últimas oraciones . – Representan las continuas súplicas que Jesucristo dirige a su Eterno Padre por nuestra salvación. Dice San Pablo:
«Jesucristo siempre vive para interceder por nosotros» (Hbr. 7, 25). Reza en este tiempo algunas de tus devociones.

Ite Missa est . – Quiere decir que la Misa ya está terminada, y, por tanto, que quedas en libertad para marchar. Es la señal de despedida que el Sacerdote da al pueblo.

Bendición . – Mientras el Ministro de Dios bendice a los fieles, arrodíllate y santiguándote despacio di: La bendición de Dios. Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre nosotros, y en nosotros permanezca siempre. Amén.

Último Evangelio . – Óyelo de pie, persignate al principio, y, si el Sacerdote se arrodilla, hazlo tú también, y al fin:
«Deo gratias» – ¡Gracias a Dios!

Preces leoninas . – Para la represión de los enemigos de la Iglesia el Papa León XIII mandó que al fin de las Misas rezadas se rezaran tres Avemarías, una Salve y una oración a la Santísima Virgen y una oración al Arcángel San Miguel. Pío X ordenó que se añadiera a estas preces esta jaculatoria, tres veces repetida, al Sagrado Corazón de Jesús:
«Corazón Sacratísimo de Jesús, ten misericordia de nosotros». Gracias, oh Salvador mío amantísimo, por cuantas gracias nos habéis otorgado en esta Misa. Perdonadnos las faltas que en ella hemos cometido, y no permitáis que volvamos a ofenderos jamás. ¡Oh Madre de Dios, Virgen Santísima! Sed siempre nuestro amparo y nuestra guía.
Amén.

Fin




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